domingo, 18 de enero de 2009

COMUNICACIÓN EFICAZ











COMUNICACIÓN EFICAZ

Saber actuar no sólo significa hablar correctamente con el jefe, encandilar al novio o hacer reír a los amigos. Supone también comunicarse con eficacia. Y para ello, necesitamos aprender a escuchar, expresarnos en la forma correcta, conectar con los deseos de los demás y respetar las normas.

Comunicarse parece fácil; desde niños hemos hablado de forma espontánea. ¡Abrimos la boca y las palabras salen solas…! Cuando nos sentimos felices y afectivamente ligados a alguien, resulta fácil entenderse y comunicarse bien; pero ¿qué ocurre cuando estamos furiosos?, ¿cómo reaccionamos ante las críticas?, ¿qué hacemos cuando una persona se resiste a escuchar nuestro punto de vista o nos ataca verbalmente? Pues estas son, justamente, las situaciones en las que una buena comunicación resulta vital. La llave que nos abre la puerta a una relación amorosa, a la amistad, al éxito en los negocios, es la capacidad de comunicarnos con eficacia cuando surge un conflicto.

BUENA COMUNICACIÓN

En primer lugar, conviene definir lo que es buena y mala comunicación. La buena comunicación tiene dos características: en ella expresas tus sentimientos de forma directa y abierta y animas a la otra persona a hacer lo mismo. Tú explicas lo que piensas y cómo te sientes, e intentas escuchar y comprender lo que la otra persona siente y piensa.

SIN ENTENDIMIENTO

Adoptar una postura beligerante o a la defensiva cuando nos relacionamos con los demás indica que carecemos de habilidades para comunicarnos. Ocurre, por ejemplo, cuando una persona contradice a otra sin intentar antes comprender sus sentimientos.

La negación de los propios sentimientos también es muy frecuente. Muchas personas sienten un temor profundo a que algo terrible vaya a suceder si dejan constancia, abierta y directamente, de cómo se sienten. Por eso fingen formas de ser que, al ser ficticias, imposibilitan una relación sincera, sana y estrecha. La mala comunicación casi siempre implica algún tipo de respuesta conflictiva, y aquí entra en juego el control que tenemos de nosotros mismo y de nuestros defectos (agresividad, orgullo, susceptibilidad…). Para entendernos con la gente, debemos entrenarnos en habilidades de comunicación.
EL ARTE DE LA EMPATIA

Seguramente, muchas veces habrás vibrado con una mirada o un tono de voz sin saber por qué: “Ha habido química”, te dirás. Otras, has sentido ganas de ayudar a alguien al sintonizar con sus emociones sin apenas conocerle. Son maneras en las que se manifiesta la empatía, un fabuloso poder que tienen quienes son capaces de ponerse en el lugar, la piel y los sentimientos del otro, captando sus señales emocionales. Mantener una actitud abierta, confiar en la propia intuición respecto a los demás, desechar las suposiciones fijas y las perspectivas egocéntricas, practicar la “escucha sensible” (prestar atención plena al interlocutor), tener una marcada disposición para el servicio a los demás, saber ver oportunidades ocultas en La adversidad y, sobre todo, pensar en la otra persona, son algunos de los rasgos de una personalidad empática.

• Ingredientes básicos: Si entiendes el lenguaje afectivo de los demás es porque se han desarrollado en ti un par de actitudes emocionales básicas: la conciencia de ti mismo y el autocontrol. Si no tenemos la capacidad de observar, comprender y manifestar equilibradamente nuestras emociones, es prácticamente imposible que lleguemos a conectar con la sensibilidad y los sentimientos del otro.

• Impulso innato: ¿Has observado que un bebé se pone a llorar al oír el llanto de otro? Ese proceso imitativo motriz es el precursor de la empatía. Desaparece alrededor de los dos años de edad, justo cuando el niño aprende a distinguir el dolor ajeno del propio. A partir de entonces, manifiesta diferentes grados de empatía: o se muestra muy consciente de las emociones ajenas o las ignora. Cuando un niño pega a otro, no es lo mismo decirle “Eso no se hace” que “Date cuenta de que le has hecho daño”. Lo último crea conciencia; lo primero, indiferencia.





EXPRESARNOS CON EFICACIA

Solemos creer que comunicar bien significa utilizar sofisticadas técnicas de persuasión. Estudiamos a nuestro interlocutor y pronunciamos un mensaje hecho a su medida: “Como me dijo tal cosa, debe entender aquello; o sea, que he de contestarle esto otro”. Sin embargo, actuar así es un grave error si se trata de establecer relaciones fluidas. La comunicación eficaz no es estudiada o artificiosa, sino personal y espontánea. Si eres una persona dulce, debes usar la ternura para convencer. Si tienes una naturaleza agresiva, aprovecha tu determinación. ¡No hables como la persona que no eres!

• Ajustar las palabras: ¿Te has fijado en cualquier tertulia de radio, de televisión o del bar de la esquina? Hablamos por no callar, a menudo sin ton ni son. El silencio en compañía nos pone nerviosos. Sin embargo, no debemos dejar que las palabras nos devoren. Hablar por hablar es una costumbre que alimenta los círculos viciosos del pensamiento, crea confusión, nos aleja de la sustancia de la vida. Comunicar es dejar espacio para que surjan esos mensajes conscientes, creativos, sustanciales y elocuentes.
• Discurso coherente: Si la comunicación se desvía de nosotros mismos, peligra la salud. El lenguaje que usamos está doblemente ligado al cerebro. Los discursos confusos hacen la mente laberíntica. Hablar demasiado del futuro refleja ansiedad. Hacer continua referencia al pasado es un abono para la depresión. Si limpiamos nuestro discurso de palabras ajenas o inútiles, de tópicos y repeticiones, lo haremos más emotivo, convincente y coherente con nosotros mismos.

• Comunión entre personas: Cuando nos desvinculamos de los automatismos, del “como él me dijo, yo le respondí”, entramos en un estado de receptividad que deja emerger lo sincero y novedoso del espíritu, la energía creativa que está en nuestro interior yen el de nuestro interlocutor. Nacen entonces palabras y expresiones originales y elocuentes que a menudo nos sorprenden; experimentamos una sensación de serenidad y la irradiamos al otro; y, sobre todo, utilizamos menos el pronombre “yo”. Paradójicamente, cuanto más auténticos somos comunicándonos, menos necesidad tenemos de reafirmamos, de defender opiniones y rebatir ideas: la verdad reina en nuestro interior y se hace clara y transparente. ¿Qué sucede entonces? Que los mensajes ya no parten de una personalidad limitada, siempre orientada a conseguir una finalidad concreta y definida, sino de una individualidad plena que se expresa como tal hacia el exterior. Comunicar se convierte entonces en un acto de comunión entre dos o más personas.

APRENDER A ESCUCHAR

Nos encontramos en la era de la comunicación y, sin embargo, ¡qué mal nos entendemos! En parte es culpa del ruido externo, el bombardeo de mensajes de todo tipo. Pero también tenemos “ruidos interiores” que interfieren en nuestra conexión con los demás. Valoraciones críticas, juicios visuales, comentarios automáticos, pensamientos temerosos. Si pudiéramos escuchar las propias palabras a través de los oídos de los demás, nos sentiríamos abrumados por la gran cantidad de generalizaciones, imprecisiones y comentarios vanos que hacemos. A lo que hay que sumar las prisas, los prejuicios, La autocomplacencia, el monólogo negativo que entablamos con nosotros mismos... Son impedimentos para vivir en armonía de los que se derivan malentendidos, falta de atención y pérdida de información crucial.

• Hablamos demasiado: Las investigaciones demuestran que al menos el 40 por ciento de las horas que estamos despiertos las pasamos escuchando. Pero, minutos después de una charla, el oyente medio recuerda menos del 25 por ciento de lo oído. No saber escuchar provoca errores y conflictos.

• Buenos y malos oyentes: El mal oyente reclama la atención de quien habla, piensa en lo que dirán entretanto, interrumpe para hacerse con el control de la conversación, se aferra a sus opiniones...Por el contrario, el buen oyente no es quien procesa las palabras y su significado con atención, sino quien logra que el que habla se sienta apreciado y animado a expresar sus ideas y sentimientos. Y es que la verdadera comunicación sólo es posible si se produce desde el entendimiento, el respeto y la confianza en el otro

RESPETAR LAS NORMAS

Llevarse bien con los demás es tan sencillo como seguir unas “normas de actuación” que, si bien no están recogidas en ningún manual, si que forman parte de la lógica y del sentido común. A veces es tan sencillo como reprimir los primeros impulsos y contar hasta diez; en otras ocasiones, el “buen rollo” pasa por cumplir a rajatabla el tópico de escuchar las versiones de todas las partes implicadas antes de emitir un juicio sensato; y otras veces las más, de disfrutar de unas estupendas relaciones con la familia, con los hijos, con los compañeros de trabajo, con la pareja e incluso con uno mismo es tan fácil como tener mucha paciencia.




Oír y que te escuchen




para ser un buen oyente deja de lado tus propios asuntos y métete en la historia del otro. Y para hacerte escuchar, establece una relación de confianza mutua y ve al grano.





* ABRE TU MENTE

Muéstrate abierto a los puntos de vista de tos demás y escúchales con la idea de que, al menos, aprenderás algo que no sabias.

* PREGUNTA ABIERTAMENTE

Cuando converses con alguien, deja que el tema gire sobre cosas que no te interesen. Haz preguntas que permitan al otro explicar por qué o cómo llegó a interesarse por una actividad que te parece peregrina.

* APRENDE AVALORAR

Identifica a personas que no te caen bien. Después, busca algo en ellas que te guste. La próxima vez, concéntrate en eso que te agrada.

* NOJUZGUES

No puedes impedir que tu mente juzgue a los demás, pero si analizarlo cuando sucede. Tal vez descubras que no tienes una justificación.

* NO VALORES

Al menos un día, cuando escuches a alguien con quien rivalizas, prescinde de toda valoración.


CÓMO ELIMINAR LAS BARRERAS

Para que la comunicación resulte todo lo eficaz que deseamos y necesitamos, debemos eliminar una serie de barreras que la entorpecen. El ruido de fondo, el egocentrismo. Los prejuicios, el monólogo interior y el estatus social son los muros que habitualmente entorpecen nuestra comunicación.

RUIDO DE FONDO

Es casi imposible mantener una conversación decente en un bar lleno de ruido o durante un banquete de boda: todos acabamos gritando para hacernos oír, y así aumentamos aún más el ruido, por lo que uno de los detalles más corteses que podemos tener con nuestro interlocutor es proponerle ir a un lugar tranquilo o eliminar la fuente de ruido.

ESTATUS SOCIAL

El estatus social es una de las barreras más fuertes y poderosas. Se interpone en la comunicación entre ricos y pobres, médicos y pacientes, jefes y empleados. Si queremos fomentar la lealtad, tas sugerencias creativas y las actitudes positivas de nuestros interlocutores, es necesario que tratemos a cada interlocutor con cortesía y respeto. Esto se consigue reconociendo que cada una de esas personas puede ser una fuente de valiosas revelaciones.

PREJUIClOS

Si una persona no cumple los requisitos que consideramos imprescindibles, sus palabras van perdiendo fuerza, ahogadas por los propios pensamientos. Estos prejuicios, a desterrar para siempre, tienen que ver con nuestras actitudes hacia el sexo, la raza, la edad, la apariencia física o la clase social.

EGOCENTRISMO

Otra de las barreras importantes a la hora de comunicarnos es el egocentrismo, que consiste en dejar que nuestra mente se oriente hacia la satisfacción de nuestros propios intereses, cuando la actitud positiva seria aprender todo lo que podamos de la otra persona. ¿Cuáles son sus prioridades? ¿Apareces tú en ellas? Haz de sus intereses los tuyos. Así que, cuando te toque hablar a ti, demuestra que te has tomado la molestia de procesar su mensaje, relacionando de alguna forma sus objetivos con los tuyos.
MONÓLOGO INTERIOR

Este tipo de discurso interno ataca nuestra autoestima. Al aumentar la ansiedad, el “ruido interior” impide que prestemos la debida atención al mensaje o al emisor. Una forma de librarnos de esta conducta derrotista consiste en equilibrar cada observación negativa con una de signo contrario. Cada vez que te oigas decir algo como “¡qué idiotez acabo de decir!”, piensa una frase positiva como “La próxima vez tendré muchísimo más cuidado al elegir las palabras”.




10 actitudes a eliminar



Si quieres comunicarle y entenderte con tos demás, debes evitar una serie de actitudes, basadas en tus perjuicios e inseguridades.



Culpar: Insistir en que la otra persona es la responsable del problema que quieres resolver.

Negar: Decir que no estás enfadado cuando sí lo estás.

Humillar: Insistir en que La otra persona es la que falla porque no hace “nunca” o hace siempre”.

Exigir: Proclamar que tienes derecho a un trato mejor, pero no pedirlo de forma clara y directa.

Agredir en silencio: Hacer gestos de desaprobación, negar la palabra, dar portazos es tan despectivo como agredir verbalmente.

Autoinculparse: En lugar de afrontar un problema, actuar como si fueras una persona horrorosa.

Ponerse a la defensiva: Negar haber hecho algo mal y no reconocer defecto alguno en uno mismo.

Desesperanzarse: Dar por imposible llegar a un acuerdo o establecer una amistad.

Contraatacar: En lugar de reconocer cómo se siente la otra persona, responderle criticándola o enumerando una la lista de agravios.

10. Imponer: Insistir en que llevas razón y en que la otra persona está, por supuesto, equivocada.


TEXTO RETOMADO


REVISTA DE PSICOLOGIA PRACTICA


EDITORIAL ESPAÑA

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