domingo, 18 de enero de 2009

COMUNICARTE CON ASERTIVIDAD


¡Ábrete a los demás!





No hay nada que más nos aísle que el miedo social. Miedo a que la gente nos malinterprete, a no quedar bien, a hacer el ridículo, a que nuestros sentimientos nos delaten al ponerlos en palabras, a no saber decir lo que le gusta escuchar a la persona que nos gusta…



Miedos, complejos, prejuicios… que entorpecen una buena comunicación con los que nos rodean. ¡Basta ya!


Soltemos el lastre y arriesguémonos a comunicarnos con sinceridad, respeto y generosidad. ¡Seamos libres! Tenemos derecho a ser como queremos ser y a decir lo que queremos decir.



TU LENGUAJE PERSONAL


No se trata de que hablemos como cotorras, ni de que copiemos los trucos de los demás, sino de que saquemos todo el partido posible a nuestras capacidades de expresarnos y entendernos. Sólo de esta manera podremos establecer una comunicación verdaderamente eficaz y constructiva.


Comunicar bien no significa utilizar sofisticadas técnicas de persuasión, estudiar a nuestro interlocutor y pronunciar un mensaje a su medida. Para que la comunicación sea eficaz no ha de ser estudiada o artificiosa, sino personal y natural. Se trata de sacar partido a nuestro estilo individual y a nuestras mejores virtudes. Si somos personas dulces, debemos usar la ternura para convencer. Si tenemos una naturaleza agresiva, aprovechar nuestra determinación… Todo menos hablar como las personas que no somos.



LOS TRES LENGUAJES

Según el experto en comunicación Lair Ribeiro, hay tres tipos de personas: las que tienden a comunicarse con la antena de la vista, con la del oído y con la del movimiento. Si para aprender algo preferimos verlo, pertenecemos al grupo de los visuales. Si registramos mejor la información que llega por el oído, seremos de los auditivos. Y si lo nuestro son los gestos y el movimiento, nos podemos considerar cinestésicos. A la hora de aprender habilidades de comunicación es muy importante respetar la naturaleza de cada uno.





HABLAR POR HABLAR, NO

Si nos fijamos en cualquier tertulia, observemos que solemos hablar por no callar. El silencio en compañía nos pone tensos, nos preocupa.
Creemos que el gran comunicador jamás se encuentra sin palabras. Por ello, tratamos de evitar los silencios, de rellenar cada pausa con un incesante bla-bla-bla. ¿Consecuencia?

Aumentamos ese molesto “ruido” que esconde lo que de verdad tenemos que decir. Las conversaciones que no crean realidad, no generan acción. “Quién pierde el tiempo con charlas vacías queda fuera de juego y no se entera de nada”.

Aunque parezca lo contrario, hablar por hablar es una costumbre que alimenta los círculos viciosos del pensamiento, crea confusión, distancia. Es mejor ser directos, claros, sinceros. Y, si no, perdamos el miedo al silencio.

Una cosa es ocular, no saber qué decir, miedo a hablar, y otra permanecer en silencio voluntario, fértil y terapéutico. Sin silencio no hay comunicación.




LO QUE ENTORPECE EL DISCURSO


Imaginemos que la palabra es una flecha dirigida a un blanco. Cuanto más la recarguemos con circunloquios y frases hechas, más la lastraremos, corriendo el riesgo de desviar su trayectoria.

Nos han educado en la defensa y en la resistencia. Para protegernos nos aferramos a lo ya dicho u oído, a los filtros del pensamiento:”siempre he pensado que…”. “Es cuestión de principios”…

¿Otros hábitos a desterrar? Las preguntas sin verdadero interés, las frases condicionales, los pasados y los futuros, son tramas sobre las que el pensamiento teje sus trampas. Si se apaga la inmediatez de la percepción, la luz de la intuición, la palabra se hace pesada, muerta. Lo mismo ocurre si fingimos escuchar al otro mientras pensamos qué decir cuando esa persona acabe de hablar.

¡Cuidado con lo que dices!



Lo que decimos y cómo lo decimos está relacionado con nuestras creencias. Las expresiones autodestructivas, críticas o irrespetuosas dañan nuestra autoestima.



EXPRESIONES AUTODESTRUCTIVAS

“Soy muy viejo para… hacer excursiones/ponerme esa ropa”.
“No puedo… gastar este dinero/perder la tarde paseando”.
“Estoy harto de levantarme todos los día a las siete de la mañana para ir a trabajar”.
“Soy totalmente incapaz de ponerme a dieta”.



EXPRESIONES CRÍTICAS

“Eres un dolor de muelas”.
“Mi hija no es buena estudiante”.
“Vas a matarme a disgustos”.
“No se puede confiar en nadie”.
“Nada vale la pena”.



EXPRESIONES IRRESPETUOSAS

“Estoy tan gordo que en vez de una mujer parezco una ballena”.
“Siempre estoy metiendo la pata. No lo puedo evitar”.
“No soy una persona puntual (lo inteligente, lo guapa, lo voluntariosa, aplicada…)”.
“Parezco un perfecto idiota”.





Los nueve perfiles


Cada uno de nosotros tenemos una forma característica de comunicar: entonación, palabras, frases recurrentes, gestos... Un estilo, además, que puede manifestar nuestros malestares y conflictos. Descubre con cuál de estos perfiles coincides más a la hora de comunicarte.


EL TRADICIONAL

Estás atado a las reglas del vivir civilizado: todo tiene que responder a las normas del buen gusto. Sabes manejar esa serie de tópicos que dan aspecto neutro a una charla que se está haciendo inconveniente. No te desahogas ni en tos atascos.
Tu frase favorita: “Si hay algo que no soporto son las palabrotas”.

Consejo: Una vez al día juega (en solitario) a decir muchos tacos.


EL RUTINARIO

Te mueves por el camino de los buenos modales, de lo “políticamente correcto”. Pero con una chispa: de vez en cuando te permites palabras poco elegantes. Casi para demostrar que ese traje de etiqueta te queda un poco estrecho.
Tu frase favorita: “Oye, ¿te importaría darme eso ya... de una maldita vez?”.

Consejo: Procura liberar tus emociones negativas haciendo regularmente ejercicio físico.


EL RACIONAL

La comunicación te parece ideal para ejercitar el arte de la persuasión. Tus discursos a menudo son monólogos largos y articulados: quieres estar seguro de que te has explicado bien. Esto refleja el predominio de la razón: eres todo mente.
Tu frase favorita: ‘Lo que importa de verdad es ir al fondo del asunto”.

Consejo: Mientras hables, cambia de tema, oblígate a decir algo sin ningún sentido.
EL ANSIOSO

Tu estilo comunicativo está caracterizado por la ansiedad por hacerte entender, apreciar, aprobar. Y se llena de interrogaciones, excusas y correcciones. Una forma de expresarte que revela tu inseguridad.
Tu frase favorita: “Por favor, disculpa si te he molestado...”.

Consejo: Cuando empieces a comerte las palabras, para de inmediato. Luego, repítelo al ralentí. Nada de empezar disculpándote.

EL DEPRESIVO

Hablas poco, en voz baja, con miedo. Desde hace tiempo no encuentras argumento de conversación que te interese más de cinco minutos... A veces te contienes para no estallar y dar rienda suelta a una agresividad reprimida y culpable.
Tu frase favorita: “Por qué hablar de ello? No tiene sentido…”.

Consejo: Haz proyectos que impliquen el uso tanto del cuerpo como de la creatividad.

EL REPRIMIDO

Lo que importa es controlarse. Nunca una palabra de más, jamás un gesto inoportuno. Bloqueas tu expresividad para frenar la carga emocional que te habita.
Tu frase favorita: “Perdona si me he entrometido demasiado”.

Consejo: Cada día, durante diez minutos, oye música con fuerte ritmo de tambores, síguela con los movimientos corporales y repite también los sonidos que oyes.

EL SUSPICAZ

Hablas a menudo con metáforas y dichos que pertenecieron a tus padres. Prestas atención a cualquier gesto, a cada mirada. para adelantar conclusiones y consecuencias. Así, tu comunicación queda comprometida por tus prejuicios.
Tu frase favorita: “Hoy día no hay valores”.

Consejo: Haz cada día algo nuevo aunque sea nimio y cuéntatelo frente al espejo sin utilizar uno de tus latiguillos.

EL EGOCÉNTRICO

Tiendes a ponerte en el centro de todos tus actos comunicativos. Con frecuencia, hablas en primera persona y te apasiona contar cosas que te han sucedido y anécdotas. Así, corres el riesgo de reducir al mínimo el espacio de tus interlocutores: no hay diálogo que resista.
Tu frase favorita: “Yo opino que...”.

Consejo: Proponte firmemente, a lo largo de tres días, no usar jamás la primera persona.

EL ESPONTANEO

Comunicas de forma libre y natural. Tus pensamientos llegan de forma directa a tus interlocutores, sin filtros de ningún tipo. La mirada, los gestos son recursos en los que tienes mucha confianza. Es el camino mejor para una comunicación eficaz.
Tu frase favorita: “Me interesa mucho todo lo que dices”.

Conseja: Sigue así, expresándote en libertad pero con la sensibilidad.




LAS PALABRAS NOS DEFINEN

La palabra es, probablemente, la herramienta más poderosa con la que contamos los seres humanos, con la que damos forma a nuestros pensamientos y a nuestras creencias. Con ella aprendemos a nombrar las cosas que nos rodean y las hacemos nuestras.

Las palabras no sólo nos afectan emocionalmente, sino material y físicamente.
Por ejemplo, un minuto de pensamiento negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante 6 horas.

SOMOS MUCHO MÁS QUE LO QUE NOS DIJERON

Piensa en la fuerza de determinados vocablos que te dijeron cuando eras pequeño. ¿Te acusaron de ser un “rebelde” o una “marimacho” porque nos respondías al comportamiento que se esperaba de ti? ¿Te dieron a entender que nadie te querría si seguías así? ¿Recuerdas una lluvia de palabras cariñosas y afectuosas o, por el contrario, de exigencia, de insatisfacción y de decepción, como silo que hacías nunca fuera suficiente? Del mismo modo que una semilla contiene el potencial de propagar un bosque, una palabra contiene el potencial de enraizarse en tu mente y generar espontáneamente formas de pensamiento similares. Con el tiempo, lo vida reflejará el tipo de semillas que echaron raíces en tu mente.

ESCOGE BIEN TUS PALABRAS

Una vez que seas consciente del poder de las palabras, le será más fácil escogerlas con cuidado, hablar con integridad y decir solamente aquello que quieres decir. Las palabras no son sólo sonidos o símbolos escritos. Son una fuerza; constituyen el poder que tienes para expresar y comunicar, para relacionarte, para pensar y para crear los acontecimientos de tu vida. Cada cultura tiene sus frases de uso común, dichos y expresiones que la gente aprende de joven y después repite descuidadamente Es importante que te preguntes si quieres reforzar y repetir esos mensajes que te inculcaron.

LAS PALABRAS AUTODESTRUCTIVAS CONFUNDEN

Las palabras de menosprecio hacia uno mismo generan emociones negativas e insanas como ansiedad, culpa, vergüenza y depresión, haciendo que actuemos de forma derrotista, que seamos infelices y no consigamos nuestros objetivos. Por ejemplo, si ante un examen nos exigimos hacerlo perfectamente y nos tildamos de estúpidos si suspendemos estaremos ansiosos y nos saldrá peor.
Para entendernos mejor


La competitividad y felicidad de una persona dependen en gran medida de su equilibrio intelectual (lingüístico, emocional y corporal).

ACEPTAR EL SILENCIO En las familias en las que existen problemas, la comunicación suele ser rígida y repetitiva. Se ocultan las propias emociones y se usurpa la personalidad de los demás. Pensar: “Ya sé lo que me dirá es la negación del diálogo, y a menudo lleva a reaccionar contra lo que no existe. Aceptar el silencio del otro, esperar a que quiera expresarse y escucharle entonces, son las reglas de oro de la comunicación.

NO PREJUZGAR La familia es el ámbito en el que la comunicación está más cargada de prejuicios. Creemos conocer a tope cómo es el otro y, también, lo que nos dirá, por eso nuestras palabras contienen ideas preconcebidas que deforman la comunicación. Es necesario evitar los juicios forjados en el pasado. Sobre todo en la relación de pareja, intentemos comunicar de forma más espontánea, sin creer saber de antemano qué ama, odia o piensa nuestro compañero o compañera.

BUSCAR EL MOMENTO Si queremos que nuestros hijos nos escuchen de verdad, mejor emplazarles para hablar de lo que nos interesa. A lo mejor no están disponibles de inmediato, e incluso nos parece que quieren escapar. Hay que tener paciencia. Si les asaltamos a traición, durante la comida o ante la televisión, es muy probable que se resistan a escucharnos.

SABER ESCUCHAR Los expertos en comunicación llaman “escucha activa” a la actitud de atención y de interés hacia nuestro interlocutor, para entender verdaderamente lo que nos dice. Es la clave de las relaciones afectivas y de la vida social: si todos escuchásemos mejor y hablásemos menos, el mundo iría mejor sin lugar a dudas.

EVITAR DISCUTIR Aunque los partidarios del “hablémoslo todo” no estén de acuerdo, las discusiones, más o menos amistosas, acaban minando la vida en pareja. Lo que nos atrae del otro al principio de la relación es, en gran medida, su misterio. Polemizar lo estropea. A fuerza de analizar, de comparar comportamientos pasados, de juzgar, se acaba con esa fascinación de lo no descubierto del todo en la otra persona. Se pueden cuestionar las opiniones de la otra persona, pero nunca la realidad profunda de su ser, ni encasillable ni evaluable, excepto si queremos acabar para siempre con la magia de la relación.


TEXTO RETOMADO
REVISTA DE PSICOLOGIA PRACTICA








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